Presente en la fórmula 1 desde la primera temporada del campeonato del mundo en 1950, Robert Manzon, 95 años, es el decano de los pilotos de gran premio.
¿Cuál es tu primer recuerdo de un automóvil?
En de los años 20, era aún muy pequeño, mis padres tenían un bar en Marsella, en el que se reunían los conductores de taxis. Ellos fueron los que me enseñaron a conducir, cuando solo tenía siete u ocho años, en sus Citroën B12 cubiertos. Después de aquello, siempre me gustó tener un volante entre las manos. Nací pobre pero mi padre y sus hermanos compraron un garaje en el barrio de la Capelette. Tenía entonces 10 años ¡Aquel garaje era mi ilusión! Prefería quedarme trabajando con los mecánicos antes que irme a jugar.
¿Te interesabas por la competición en aquella época?
En la mecánica sí, pero no en la competición. La primera vez que piloté lo hice a bordo de un avión, gracias a la Aviation Populaire. Desgraciadamente, durante la guerra, me encontré al volante de un camión cisterna para abastecer a los aviones que se perdían entre las líneas alemanas y francesas. Con 9.000 litros de carburante a mis espaldas, tuve la gran fortuna de salir de aquello ileso ¡la menor metralla y hubiera saltado por los aires! Tras el armisticio, relancé el garaje y entré en la Resistencia.
¿Cómo llegaste entonces a la competición?
Soñaba con comprarme un coche, pero no tenía medios aún. Entonces encontré un Simca 8 descapotable, con la mecánica absolutamente muerta ¡Ideal! Lo reparé y lo mejoré. En aquella época, se hablaba en la prensa bastante de los rallyes y me inscribí en la Coupe des Alpes, si bien hasta entonces no había participado nunca en una carrera. Eso fue en 1946. Allí estaba la «crème de la crème»: Delahaye, Talbot, Salmson…, pero ¡conseguí ganar! Un desconocido se imponía a todos los pilotos afamados… ¡les había saboteado la Coupe des Alpes!
¿Aquello te animó a seguir?
Sí, aquello me animó. Fui a Italia para tratar de encontrar un motor con mayores prestaciones. No conseguí encontrarlo, pero, al pasar ante un escaparate en Milán, vi un magnífico monoplaza rojo: un Cisitalia ¡Me volví loco! Dejé las escasas liras que llevaba encima e indiqué que volvería a comprarlo dos semanas después. Todo estaba arreglado, salvo que… ¡no tenía un franco más! Pedí prestado a todo el mundo para poder conseguir aquella corazonada. Quince días más tarde, volví a Milán, lo compré y volví con él a Marsella por la carretera ¡sin placas de matriculación!
¿Inscribiste aquel coche en carrera?
Quise inscribirlo en el gran premio de Marsella de 1947, pero, molestos por el resultado de la Coupe des Alpes, rechazaron mi inscripción. Lo mismo sucedió en el gran premio de Nîmes. Afortunadamente, un mecánico de mi taller conocía a Maurice Trintignant que apoyó mi causa. Gracias a él ¡pude correr!
Conseguí el tercer tiempo en entrenamientos. Al día siguiente, coloqué mi coche en la tercera posición, pero me enviaron a la última línea bajo el pretexto de que… ¡era un debutante! Un golpe como aquel, te afila los dientes. A pesar de todo, desde la primera vuelta, ya marchaba en la tercera posición. Trintignant rompió su motor y pasé a colocarme segundo. Había entonces una prima de 300 francos por vuelta. Cada vuelta que completaba, iba sumando con satisfacción: 300, 600, 900… ¡Estaba más contento que un papa! En el última vuelta, sufrí un trompo, pero, a pesar de ello, pude continuar y terminar tercero detrás de Wimille y Sommer. A la llegada, los pilotos me ignoraron, pero varios organizadores me propusieron pequeñas primas de salida en sus carreras. Era la post-guerra, y no había más.
Entonces Amédée Gordini contactó enseguida contigo…
Sí, en 1948. Hice un buena temporada, lo que me permitió pagar todas mis deudas. En el gran premio de Perpignan, sin mucha convicción, terminé segundo detrás de Trintignant. A la llegada, el manager de Gordini se acercó para proponerme disputar el gran premio de Ginebra con ellos. Así lo hice. Me confiaron el peor de sus coches, una verdadera patata, pero, a pesar de todo, conseguí acabar tercero por detrás de Wimille et Bira, mis compañeros de equipo.
Mantuviste una bonita relación de amistad con Maurice Trintignant, a quien incluso salvaste la vida en carrera…
Sí, en Berna en 1948. En la segunda vuelta, me encontré de repente con Maurice y Raymond Sommer, que acababan de sufrir un accidente. Maurice se encontraba tumbado sobre la pista, inconsciente. Hice un trompo para evitarle. Mi coche golpeó contra el suyo . Me detuve, le tomé por la espalda y le arrastré hasta el puesto de socorro antes de que llegase el pelotón. Luego regresé a mi taller, cubierto con la sangre de Maurice. Cuando mi mujer me vio llegar así… ¡se desmayó!
Maurice Trintignant fue declarado clínicamente muerto, pero de hecho ¡estaba bien vivo! (1)
En 1950, participaste en el primer campeonato del mundo de fórmula 1 ¿Imaginabas entonces que llegaría a adquirir tanta importancia?
No, tanto para los pilotos de Gordini como para mí no suponía absolutamente nada. No nos importaba mucho porque realmente éramos conscientes que no ser muy competitivos. De hecho, no participamos en la primera carrera del campeonato en Inglaterra. Los ingleses querían beneficiarse del título de «primera carrera» para pagar lo menos posible por las primas de salida. De hecho Gordini y Ferrari rehusaron participar en ella al considerar que se burlaban de todo el mundo; y yo estuve totalmente de acuerdo con esa decisión. Tuvo que pasar bastante tiempo antes de que el campeonato tomase prestigio. No sería hasta la llegada de Ferrari y Mercedes cuando realmente comenzó a tener importancia.
Al día de hoy, eres el decano de los pilotos de gran premio ¿Cómo lo percibes?
No le doy mayor importancia. Lo que me molesta… ¡es ser tan viejo! (2)
Volvamos a Gordini ¿Cómo se desarrolló vuestra relación?
Humanamente, era formidable. Amédée enseguida me dijo: «Robert si te quedas en Marsella, nunca serás gran cosa». Pero nunca pude instalarme en París, me sentía muy pequeño. En el plano deportivo, era muy frustrante… ¡el equipo nunca ganaba! Peor aún, los coches eran muy poco fiables. Incluso, perdían las ruedas… Eso es lo que me sucedió en tres ocasiones, una de ellas en Reims, en Sport, donde sentí mucho miedo. Empecé a estar inquieto cada vez que me sentaba al volante, por lo que me reuní con él y le dije: «Amédée. págame lo que me debes y me voy». Naturalmente… ¡no me pagó!
En aquel momento ¿tenías dónde ir?
No, pero el equipo Lancia enseguida me propuso un buen contrato por dos años. Desgraciadamente, unos meses más tarde, a finales de 1953, Lancia se retiró de la competición y confió sus coches a Ferrari. Fue así como pasé a la Scuderia. Aquello ya no era Gordini, había organización y eso encendió mi fuego interno. Disputaba las carreras con el equipo oficial y, con la ayuda de mis patrocinadores, pude adquirir uno que inscribía a nivel individual. Lo repinté en azul, como ya había hecho con el Cisitalia. Aquel Ferrari 625 era extraordinario. Hizo historia en el equipo Ferrari. Era estable, equilibrado, preciso…, con él siempre estaba delante. Fue un periodo dichoso para mí. Yo no era Robert Manzon sino «El Marsellés». Ugolini, el director deportivo de Ferrari me trataba de «Monsier Manzon». No me han olvidado aún, ya que recientemente recibí una carta de Lucca Di Montezemolo rindiendo homenaje a los pilotos que hicimos la Scuderia.
¿Cuál es la carrera de la que te sientes más orgulloso?
Mónaco 1952, la carrera Sport de menos de 2 litros con Gordini. No había participado en los entrenamientos, por lo que salí último. En la tercera vuelta, ya estaba primero. Había superado a Stirling Moss por la cabeza. Aquel día, estaba verdaderamente henchido de placer. Cuando recuerdo ahora lo que hacía en aquella época… ¡me da miedo! Pero, en aquel momento, me resultaba fácil.
Entonces, Gordini se acordó de ti rápidamente...
Me pagó una parte de lo que me debía y comencé de nuevo a correr para él en 1955. Los coches seguían sin ser fiables pero el equipo se concentraba en el mío. En 1956, ganamos el gran premio de Nápoles y el gran premio de Pescara.
¿Aquella fue tu última victoria?
Sí, me habían puesto demasiado aceite, se salía por la tapa y me quemaba la espalda. Así que me paré en el taller en la primera vuelta, para que mis mecánicos extrajeran un poco del depósito y regresé a la pista. Hacía un calor asfixiante. Estaba agotado. Había una serie de curvas lentas y, pasando por una de ellas, hice señales al público indicándoles que tenía sed. En la vuelta siguiente, un espectador me mostró una botella de agua, le hice una señal pidiéndole que me la diera. Una vuelta después, tomé la botella y me la bebí completamente ¡Me sentía como nuevo! Alcancé a Farina 50 metros antes de la llegada y… ¡le gané! (3)
Después, cuando Gordini se retiró, yo me retiré también. Tenía cuarenta años. Hice mis cálculos. La competición me había dado todo pero ya no iba a darme más.
¿Te interesas por la fórmula 1 moderna?
La veo cada vez menos. No me resulta muy interesante, ya no es competición: la técnica ha tomado demasiado importancia y los cambios de neumáticos también.
¿Conduces aún?
No puedo caminar mucho, pero felizmente… ¡puedo conducir! Al volante tengo… ¡veinte años menos! A menudo, tomo el volante aún por placer. Conduzco mucho menos que antes y… más despacio, naturalmente.
Tus hijos, tus nietos… ¿se interesan por la competición?
Tengo un hijo y una hija, seis nietos, catorce biznietos y… ¡ninguno de ellos se ha interesado nunca por la competición! Sin embargo, tengo un fan. Hace ya algunos años, alguien me envió una carta. Yo le respondí y comenzamos a mantener una correspondencia regularmente. Un día, le pedí una foto… ¡tenía trece años! Hace ahora ya diez años de aquello y… ¡seguimos manteniendo aún el contacto.
Los circuitos de ahora son más seguros pero… ¿no resultan asépticos comparados con Rouen, Reims o el Nordschleife?
Sí. Tuve la fortuna de hacer dos vueltas al circuito de Paul-Ricard, la semana pasada. Inicialmente, quedé muy sorprendido por las instalaciones, pero, verdaderamente, no llegué a sentir el «relieve» de la pista.
En mi época, apenas existían circuitos permanentes. Competíamos sobre carreteras bacheadas, bordeadas de aceras y árboles. Hacíamos juegos malabares con todo aquello. Mis circuitos preferidos eran Mónaco y Reims. Durante el periodo que yo competí, al menos trece pilotos murieron en carrera. Hoy, los pilotos no tienen miedo de morir ¡Eso cambia todo!
Tu participación en la Carrera Panamericana de 1952 creo que dio lugar a una increíble historia
El equipo Gordini fue invitado por los organizadores y nuestros coches desembarcaron en Progreso, un pequeño puerto próximo a la ciudad de Mérida. Las gentes del lugar vieron mi nombre escrito en los flancos de mi coche y les dijeron a los mecánicos Gordini: «También hay unos Manzon por aquí». Tomé la salida y tuve que abandonar tras recorrer tan solo 40 kilómetros.
Cuando me reuní con mis mecánicos, me informaron que había unos Manzon en los alrededores. Les telefoneé y me respondieron a medias en francés. Me cité con ellos en el aeropuerto. Eran un muchacho y dos jovencitas. Enseguida les reconocí, no podía equivocarme… ¡tenían verdaderamente los rasgos de la familia Manzon!
Se trataba de unos primos alemanes de los que yo no tenía constancia alguna de su existencia. De hecho, uno de mis tíos (fallecido posteriormente), que abandonó la familia y nadie supo nunca más lo que había sido de él… ¡se había instalado en México! Desde aquel momento, seguimos manteniendo el contacto.
(Comentarios recogidos por Alain Pernot / Sport Auto – Mayo 2013)
(Traducción de Santiago Criado)
Notas del traductor:
(1) Tal y como manifiesta el entrevistado, Maurice Trintignant siguió ¡bien vivo! participando regularmente en el mundo de la competición hasta 1964 y, después de una larga vida, falleció en 1985, a la edad de 87 años.
(2) En el momento de la entrevista, además del entrevistado lógicamente, el único piloto superviviente de aquel primer campeonato del mundo de fórmula 1, es el argentino José Froilán González, cariñosamente conocido como «El Cabezón» o «El Toro de la Pampa», nacido el 5 de octubre de 1922.
(3) Con el debido respeto a «Monsieur Manzon», para los amantes de la historia, conviene aclarar que al piloto que rebasó a 50 metros de la llegada no fue a Giuseppe Farina, retirado de la fórmula 1 al final de la temporada 1955, sino a Piero Taruffi. Creo que sabremos disculpar su error, al confundir a un italiano con otro, máxime tras el tiempo transcurrido desde entonces. Aquella carrera se disputó el 18 de agosto de 1956… ¡¡¡un mes antes de que yo naciera!!!.